Callejero Paceño


Miguel Sánchez-Ostiz

Esta mañana me eché a la calle para comprar ají picante (mucho), bien lavado y molido. Fui a comprárselo a una casera de la Max Paredes que hace unos años me enseñó como prepararlo para incorporarlo a los guisos de arroz y otros, y me ha proporcionado cada semana mi nostalgia boliviana. La mujer, en el setentena, ha estado muy simpática y me ha explicado sus métodos de moler ají en batán para que salga limpito. La recordaba afable, pero hoy me sonreía coqueta mostrando una dentadura profusamente decorada con estrellitas y corazoncitos de oro. A las buenas hemos quedado, me ha dado la manita y me ha encomendado al Señor para que me proteja en mi viaje. De eso me he acordado un rato después cuando en la plaza de San Pedro he oído las soflamas apocalípticas de dos predicadores al paso que biblia en mano amonestaban, desgañitándose, a todos y sobre todo a nadie, como perdidos sin remedio, desde el llamado Kiosco de los Mariachis. Sobre la plaza caía un sol abrasador.

Hay veces que patear La Paz, aturde. Estos días, por ejemplo, a ritmo de petardos, gritos, matracas –hechas con botellas vacías de refrescos y piedras–, bloqueos… Hoy merodee por las calles Burgoa, Lara y Boquerón, muy de mercadeo callejero, de piso de cantos rodados pulidos por el roce, embalajes de cuerda y paja, azules las chawiñas, los mandiles, las tribunas y los tendales… azul cielo, paceño. Casi todos los puestos estaban cerrados y las caseras sentadas en el suelo cortando las calles con unas grandes banderas bolivianas de lado a lado. Luego han cortado el centro de la ciudad, petardo va, petardo viene, con una marcha de miles de comerciantes al detall… A las protestas bolivianas hay que mirarles las trastiendas, a todas, y en muchos casos hacer orejas de mercader.

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Publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana (31/8/2017)

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